domingo, 30 de octubre de 2011

Calavera a Yhindra

Ejercicio 5


La Catrina buscaba a Yhindra
lo cual ella temía
por eso detrás de una jaula
siempre se escondia.

No, Huesuda, no me mires
le suplicaba desde su encierro
que no ves que a los pájaros
sólo se los lleva el viento.

A La Catrina no le importaron
sus súplicas, mucho menos su poesía
pues se había enamorado
del saco que Yhindra le presumía.

Ya la elegante huesuda
estrena fino atuendo
y el pájarito enamorado
por fin salió de su encierro.






Manto

Ejercicio 4
Escritura a partir de una imagen








Manto la mira en silencio. Con ese silencio jadeante que ella alcanza a sentir. Sentir, no escuchar. A Manto no le importa ser sentido o escuchado, él sólo quiere verla. Verla sin saber cuánto tiempo podría pasar antes de poseerla. Poseerla sin saber si en algún momento dejará de verla porque es suya. Verla, mirarla, observarla; ser silencio a su alrededor.

Silencio jadeante, jadeos silenciosos. Silencio de espalda erguida. Silencio de sorbo de té, de manzana cayendo, de uva en el aire. Silencio de agua casi derramada. Silencio en sus ojos, en su boca. Silencio en su dedo meñique presuntuso, en su ceja delgada y su cara afilada. Silencio en su rostro apacible, en su pelo largo. Silencio en el lóbulo de su oreja, en su piel escondida.

Silencio de mano blanca descansando en su regazo. Silencio en ella. Silencio en su ser.

Manto jadea, ella toma el té.

Manto se acerca, ella levanta más el meñique.

Manto y su respiración agitada. Ella y su casi respiración serena.

Manto y su boca entreabierta, sus dientes filosos. Ella y su espalda aún más erguida, sus ojos bien cerrados.

Manto en el silencio, ella en el silencio.

El silencio sin manzanas, sin uvas, sin agua cayendo, sin taza de té.

Manto ya no la mira, ella ya está cubierta.




martes, 20 de septiembre de 2011

Era una vieja que en sus tiempos debió ser guapa

Su piel era un terciopelo ajado bajo la noche. Debía tener mucho tiempo libre desde el día en que él se fue. Frente a la casa enmohecida el río se reía de sus años y ella le respondía con un vacío en la boca. Tomó la botella de ron entre sus manos y la meció como un niño, le cantó un blues quedito, al oído, antes de bebérsela completa. Tenía el aliento de los muertos en el cabello, cabello delgado y escaso, reflejo perfecto de la luna de octubre y de sus años. En sus ojos azules habitaban un par de nubes que hacía tiempo no llovían sus énas. Veían con claridad todo lo que fue en un tiempo, el reflejo de su rostro joven y enamorado en los ojos del que se fue demasiado pronto para poder ser olvidado. Y es que el amor es así. Siempre el principio supera al final. Amar es una cosa terrible e inevitable, es una elección al azar, un tiempo perverso y esperanzado, con aroma de jazmines y rosas en los labios. Se rompió el corazón con la elegancia de una porcelana inglesa en más de mil pedazos. Y bueno, eso es parte de ese juego en el que le das poder a alguien para romperte el corazón. Es olvidarte de toda lógica, es ponerte de a pechito y morder una almohada, es la única manera de poner la otra mejilla, es comer calabacitas o tomar una chai, o enfundarte en una minifalda ajustada y subirte a unos tacones para cumplir un capricho. Es estar disupueso a dejar de ser quien eres. ¿Dejar de ser quien soy? Así, abandonando todo. Olvidándome. Desapegándome. Dime, ¿tú puedes hacerlo? Mis respetos, hombre. Mirar que tirar por la borda cada manía, cada idea, cada trauma, cada tristeza, cada felicidad, es todo un logro. Déjame aplaudirte de pie. Pero no me mires así, no me estoy burlando, te estoy alabando. Alabo tu disposición, tu voluntad de abandonarte. No cualquiera, hombre, no cualquiera. ¿Sabes por qué? Porque abandonasrse a sí mismo es abandonar nuestras pasiones. Y el hombre está hecho de pasiones. Nacimos de una pasión y, podría jurártelo, moriremos por una pasión. Digo más, hemos muerto y renacido innumerables veces de pasiones. Latimos. Sentimos. Somos pasión y no podemos abandonarnos, no podemos dejar de sentir, no podemos dejar de latir. Hombre, eres casi un dios, un santo; pusiste toda tu pasión en abandonarte, y lo lograste.


lunes, 19 de septiembre de 2011

Un mendigo de pelo cano, bigote espeso y panza de bon vivant, vino a mi casa a pedir un taco.

No recuerdo de donde viene mi fobia por los vagabundos, será porque pienso que se necesita ser muy loco para mandar todo a la mierda y andar por ahí sin rumbo y tomarse demasiado en serio eso de vivir al día, o será que simplemente no los entiendo y siempre he tenido miedo de lo que no entiendo. Un día muy temprano, llegó a mi casa un mendigo canoso, bigote espeso y pansa de bon vivant, vino a mi casa a pedir un taco, era más bien cómico a la vista nada atemorizante.
-Buen día, buen hombre.
-Buenos días.- contesté con cierto aire de curiosidad.
-Perdone mi osadía, su merced, la verdad es que llevo días caminando y tengo mucha, mucha hambre, ¿no tendrá un taco que le sobre? –Decía mientras la doñita del puesto trataba de adivinar si quien hablo fue el o sus tripas. La cosa es que quien le habló t fue él o sus tripas. La cosa es que quien le hubiera hablado, realmente tenía hambre. Aún así lo miró con recelo y estiró la mano para entregarle el taco. Moría de hambre. Lo tomó a prisa y para sorpresa de la doñita, cmpezó a comer con calma, disfrutaba cada bocado en cada mordida recordaba las palabras de su madre: cien veces, debes masticar cien veces. Después de más de cien masticadas terminó el taco y tomó una servilleta. Uno es pobre no mugroso le dijo a la doñita al tiempo que le agradecía. Dio la vuelta y acariciándose la barriga echó a andar. –Barriga llena, corazón contento- decía, ese sabiondo que lo dijo estaba lleno de razón. Y de comida. Y claro de amor.
Este juego se ha jugado tantas veces como el amor en la historia de la humanidad y sin embargo, nunca así, como ahora, algo se les incendiaba dentro, esa noción antigua de ser agua y piedra, y antes mucho antes ser polvo de estrellas, un polvo que llora, que ríe y que sueña con ser algo más, sueña con ser alguien, alguien para alguien, qué más da si el amor se acaba, lo importante es que el amor se atreva a suceder entre nosotros, el final es lo de menos, todos los finales son iguales todos los finales nos guste o no terminaran con un punto y un silencio grande, como el dolor y la soledad. De eso que ya se sabe, nada importa, solo enredar las manos y luego el cuerpo en ese sentimiento exquisito de pertenecía. Sólo se ama mientras se ama. Sólo se es cuando el otro nos refleja en sus ojos.
Por eso le gustaba tanto ella, porque en ese espejo, podía ver ese hombre bueno que quiso ser y que había dejado morir hacía ya mucho tiempo.

Estaba harapiento, el sombrero peor que nunca, y los zapatos destrozados.


Había llovido toda la noche y todo el día y toda la noche y toda la luz de ese día que apenas empezaba. Se asomó por la ventana de la cocina, la pequeña vio como todo su casi jardín era ahora lodo. Maldita sea- musitó-  a eso vine aquí- enojado buscó sus zapatos que ya no eran zapatos sin plastas de lodo. Lodo aún húmedo de la noche anterior. Los aventó contra la pared casi al tiempo que los recogía del suelo. Siguió lentamente la trayectoria del zapato, vio como cada uno de los trozos de lodo que se desprendían y volaban junto con ellos hasta chocar con la pared y caer a un lado del sillón. Ahí detuvo la mirada. Se encontró con su sombrero, ese sombrero de copa que alguna vez había portado con finura y elegancia. Miró con enorme tristeza el sombrero y de a poco su mirada se ocupaba en el mismo. Se encontró descalzo con los pies friísimo. Miró su pantalón, su camisa, sus manos, sus líneas, sus huellas. Hacía tanto tiempo que no era él, hacia tanto tiempo que no sabía quién era él, hacía tanto tiempo que no se encontraba en él, pero tenía fe y los labios secos que importaba ya, la luna y los transeúntes que se asustaban frete a la posibilidad de seguir solos para siempre, lo único importante ahora eran sus nombres enredándose entre sus labios y sus sueños. Sólo una vez más. Frente a frente, dándole la espalda a un destino impuesto y falso.

–Por esta vez nos perderemos juntos.
-Por esta vez seremos libres.
-Nuestros corazones serán como ayer un par de pájaros enamorados.
El reloj avanzó discreto sobre su amor, madurando sus alas, elevando sus deseos
-Volver, siempre volver.

Eso es lo único importante lo demás está de más. Todo esto conversaron sus silencios, todo esto se dijeron con los ojos y la piel. Una taza de café era lo que estaba como una medida temporarl deteniendo un beso, que se suspendía entre ambos como una flor sobre un espejo de agu. Un beso y algo más. Saudade de los días y las noches sin su amor.
Por qué sin su amor, nada tenía sentido, el viento era viento la piedra era una puta piedra, el sol causaba comezón. Todo era una mierda. Sonrío por la empedrada calle junto al río hasta encontrar una cabina telefónica abrió la portezuela, se metió, levantó la bocina, y empezó a maldecir como nunca en su vida, gritaba maldiciones muchas, de pronto los gritos se hicieron inentendibles, lloró y se desvaneció en aquella cabina.

domingo, 18 de septiembre de 2011

EJERCICIO 3: Un cadáver exquisito.

Ejercicio 3: Cadáver Exquisito

Cadáver exquisito es una técnica por medio de la cual se ensamblan colectivamente un conjunto de palabras o imágenes; el resultado es conocido como un cadáver exquisito o cadavre exquis en francés. Es una técnica usada por los surrealistas en 1925, y se basa en un viejo juego de mesa llamado "consecuencias" en el cual los jugadores escribían por turno en una hoja de papel, la doblaban para cubrir parte de la escritura, y después la pasaban al siguiente jugador para otra colaboración.
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Instrucciones:

• Cada participante tendrá 15 minutos para desarrollar una historia a partir de una sentencia dada previamente (tomadas al azar del texto que se cita al final en este documento).

• Concluidos los 15 minutos, cada participante deberá detenerse y pasar lo que hasta ese momento haya sido redactado al participante que se encuentre a su derecha.

• Una vez recibida la primera parte de la redacción, se deberá leer el último renglón de la misma y continuar desarrollando la historia a partir de ahí, para esto se contarán con otros 15 minutos.

• La dinámica se desarrollará de manera sucesiva hasta que todos los participantes hayan colaborado en las tres historias.

• Al final se leerán las historias desarrolladas y se discutirá sobre las mismas (para facilitar la lectura, dividimos los textos por colores de acuerdo al contribuyente, La Chargoy: naranja, Yhindra: Purpura, Rich Montero: Marrón. 


LAS PINZAS
Un mendigo de pelo cano, bigote espeso y panza de bon vivant vino a mi casa a pedir un taco. Como el día anterior habíamos tenido fiesta y habían sobrado veinte medias noches bastante feas, fui a la cocina, las puse en una bolsa de papel y se las di. El mendigo gordo se quitó el sombrero destartalado, hizo una ligera reverencia, dio las gracias y se fue.
Poco después, subí al segundo piso y por la ventana lo vi; estaba sentado en un montículo de cascajo sacando de la bolsa las medias noches y acomodándolas en hileras sobre el periódico, que le servía de mantel. Frente a él, en cuclillas, estaba un trapero, contemplando la comida con una mano en la quijada. Cuando el gordo le hizo una seña de invitación, el trapero cogió una medianoche y empezó a comérsela; el gordo cogió otra e hizo lo mismo. En ese momento apareció un tercer personaje: una mujer que andaba entre el matorral recogiendo varas secas para hacer leña. Era una vieja que en sus tiempos debió ser guapa. El gordo tomó una medianoche y se la ofreció; ella dejó la leña en el suelo y se sentó a comer junto a ellos.
Cuando llegaron los primeros fríos del invierno, vino el gordo a mi casa y me dijo:
—¿No tendría una cobijita vieja que me regalara? Porque nomás tengo esto para ponerme encima —me señaló el suéter roto que traía puesto.
Yo no tenía cobija, pero le di una camisa desteñida, un saco lustroso, unos pantalones luidos y unos zapatos que eran tan duros que nunca me los pude poner.
El gordo se quitó el sombrero destartalado, hizo una ligera reverencia, me dio las gracias y se fue. Desde ese día, siempre que venía a mi casa se ponía los zapatos que le di. Si esto fue un tormento para él, se vengó con creces, porque tomó la costumbre de venir una vez a la semana, a las siete de la mañana. Yo le daba dos, tres, hasta cinco pesos, según el humor de que estuviera y el estado de mis finanzas. A veces, le decía:
—Ahora sí me agarró muy pobre.
—¡Cuánto lo siento, patrón! Pero no desespere, que Dios no falta.
Y se iba después de consolarme.
Un día lo vi, por la ventana, bajarse los pantalones que habían sido míos, y hacer el amor entre el matorral con la vieja de la leña. Otro día lo vi pasear afuera de una obra que estaba frente a mi casa y, en un momento en que los albañiles se descuidaron, robarse unas pinzas que estaban en el suelo. Se las echó en la bolsa, cruzó la calle y llamó a la puerta de mi casa. Cuando le abrí, sacó las pinzas de la bolsa y me las ofreció.
—Patrón, permítame que le haga un regalito.
El truco me conmovió tanto, que le di cinco pesos y guardé las pinzas, que todavía conservo. Son muy útiles.
Otro día, se empeñó en regalarme un anillo espantoso y tuve que darle diez pesos para que se lo llevara sin irse ofendido; otro, me trajo una moneda de veinticinco centavos de dólar.
—¿Cuánto valdrá esta moneda? —me preguntó.
—Tres pesos.
—Se la regalo.
Tuve que regalarle cinco pesos.
Otro día trajo unos camotes en una bolsa.
—Son de lirio, patrón. Del fino.
Le di diez pesos y planté los camotes, que nunca brotaron.
Un día me dijo, con mucho misterio.
—Usted no está para saberlo, patrón, pero tengo una grave urgencia. ¿Puede prestarme veinte pesos?
Se los presté. El día en que había prometido devolverlos, se presentó con doce pesos nada más.
—Patrón, no pude acabalarle los veinte pesos, pero aquí le traigo doce, para que vea que la voluntad no me falta.
No se los acepté y le perdoné la deuda.
A la siguiente vez que vino, me dijo:
—Patrón, usted no está para saberlo, pero tengo a la mujer muy enferma. ¿Puede usted prestarme cincuenta pesos?
—Bueno, pero me los pagas.
No volvió por un tiempo. Por fin se presentó.
—Patrón, no he tenido dinero para devolverle sus centavos. ¿Puede prestarme otros cincuenta pesos?
—No.
Me había cansado de darle dinero y de que me hiciera levantarme a las siete de la mañana. Cuando le dije que no, él me miró estupefacto.
—Pero si usted no me ayuda, ¿quién va a ayudarme?
—No sé —le dije y cerré la puerta.
Regresó a los pocos días.
—Ahora no hay nada —le dije.
Esa vez, lloró.
Hizo otros dos intentos y después, desapareció. Cuando desapareció, me arrepentí de haberlo tratado mal.
Años después, cuando estaba yo viviendo en otra parte del país y venía a México solamente los fines de semana, me dijeron en mi casa:
—Vino el gordo, muy derrotado, y dijo que si no podrías regalarle algo de ropa.
Le preparé un ajuar. Un saco, tres camisas, dos pantalones y un par de zapatos. Pero el tiempo pasó, el gordo no
regresó, mi madre se impacientó y le regaló la ropa al jardinero.

Una mañana, cuando regresé a México, estaba profundamente dormido cuando alguien tocó el timbre; eran las siete de la mañana. Era el gordo que venía por su ajuar.
—¿Por qué no vino antes? Ya le dieron el tambache a otro.
—He estado muy enfermo —me dijo.
Estaba harapiento, el sombrero, peor que nunca, y los zapatos destrozados. Le di veinte pesos.
—Necesito ropa, patrón —me dijo mientras se los guardaba.
Le dije que regresara en una semana, a ver si mientras le conseguía algo. Se despidió como siempre, quitándose el sombrero e inclinándose ligeramente. Se fue caminando muy despacito y nunca volvió.

La ley de Herodes/Jorge Ibargüengoitia. México: Joaquín Mortiz, 1994.- 144 p. (Obras de Jorge Ibargüengoitia). Cuentos mexicanos. 1 t.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Carta a la tía Jacinta.

Querida tía Jacinta,

Espero te encuentres muy bien de salud, pues supe tuviste problemas con tu garganta , abrígate muy bien, ya ves como son de crudos los inviernos en el pueblo, además, se acerca la temporada de lluvias y escuché en la tele que este invierno lloverá como nunca, dile a mi tío que vaya metiendo la cebada, no lo vaya a agarrar la primera lluvia y entonces sí, quien sabe cómo harán para comer.

Yo voy a ir en unos cuantos días, ya extraño ese rico pan de cebada que tan rico te queda y café con leche recién ordeñada de la vaca, nomás de acordarme ya se me hizo agua la boca.

Nos vemos en unos días más tía, salúdame a mi tío, a mi primo a todos por allá.

Los quiero.

Rich.