sábado, 3 de septiembre de 2011

Qué pequeño el mundo es

Es que salir a la calle y creer que se acaba de salir del ropero era una verdadera locura. Que digo locura, estupidez. Pero no. Salir del ropero, para ella, significaba caminar cada día con los ojos bien abiertos. Como descubriendo. Y la bribona tenía suerte.

Como aquel día que se encontró una billetera llenita de dinero. Claro, tardo más en contarlo que en gastarlo. Corrió a contarle a su amigo Campos, este tipo de quién sólo conocía el apellido y uno que otro cuento. Se gastaron todito.

Deberías comprarte una cama —le dijo él, eso de andar por el mundo durmiendo en el piso o en sofás ajenos no es como que vida.

Tú que sabes —le contestó mientras se compraba un aparatillo de esos a los que les cabe un chingo de música.

Esa es otra cajita nomás pa’ apendejar gente —balbuceó él.

—Si vas a criticar todo lo que compro, mejor vete y regrésame el bonche de libros que te compré.

Campos se quedó calladito y abrazó sus libros con recelo, no fuera ser que a la loca de los ojos abiertos se le ocurriera llevárselos. Subieron por una calle oscura, nunca hablaban de ellos, mas siempre comprendían cada silencio y cada mirada.

—¿Sabes qué es lo jodido? —le dijo ella. El pinche vacío. Ya compré un titipuchal de cosas y ahora es cuando más cerrados siento los ojos. Como si el mundo se me hubiera hecho chiquito. Tanto, que cabría en la caja de fotografías que tengo en el ropero. Ésas, las que tomo todos los días; por eso digo eso de salir a la calle con los ojos bien abiertos. Tú no sabes, Campos, pero la calle, el mundo, está llenito de fotografías; y yo, lo tengo guardado en una cajita.

No hay comentarios:

Publicar un comentario