sábado, 3 de septiembre de 2011

Vino nuevo

Los campos nunca se habían vestido tanto de flores, pensó, mientras se recogía despacio los cabellos en una trenza. Un mundo de pájaros se esparcían como estrellas en el cielo azul, y ella seguía esperando algo incierto. Sonreía pero no para sí, le sonreía a un futuro que se abría de repente ante sus ojos ciegos. Parecía descubrir el universo desde una caja a obscuras, nombrando cada objeto con las manos, por eso estaba segura que su futuro llegaría. Sólo ella conocía el nombre verdadero de ese hombre y lo llamaba con el cuerpo.
Una melodía le enredaba el cabello, llevándola a lugares distantes en otro tiempo. La cama revuelta, con aroma a vino nuevo sobre las sábanas, y ese calor suave cubriéndola entera de rocío. Ese hombre duro se volvió nube entre sus brazos y llovía. Ella tan tierra mojada, tan flor silvestre en sus manos, resonaba de amor como una gruta profunda.
Había tanto por decir con la respiración entrecortada, los ojos abiertos. Entonces alguien tocó a la puerta y supo que el tiempo había terminado. Sin decir palabra aquel hombre salió de su cuerpo, sacó de la billetera un poco de dinero y lo soltó en el buró. Le tomó un instante percatarse de esa muda despedida, mientras cerraba las piernas con el corazón abierto.

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