domingo, 30 de octubre de 2011

Calavera a Yhindra

Ejercicio 5


La Catrina buscaba a Yhindra
lo cual ella temía
por eso detrás de una jaula
siempre se escondia.

No, Huesuda, no me mires
le suplicaba desde su encierro
que no ves que a los pájaros
sólo se los lleva el viento.

A La Catrina no le importaron
sus súplicas, mucho menos su poesía
pues se había enamorado
del saco que Yhindra le presumía.

Ya la elegante huesuda
estrena fino atuendo
y el pájarito enamorado
por fin salió de su encierro.






Manto

Ejercicio 4
Escritura a partir de una imagen








Manto la mira en silencio. Con ese silencio jadeante que ella alcanza a sentir. Sentir, no escuchar. A Manto no le importa ser sentido o escuchado, él sólo quiere verla. Verla sin saber cuánto tiempo podría pasar antes de poseerla. Poseerla sin saber si en algún momento dejará de verla porque es suya. Verla, mirarla, observarla; ser silencio a su alrededor.

Silencio jadeante, jadeos silenciosos. Silencio de espalda erguida. Silencio de sorbo de té, de manzana cayendo, de uva en el aire. Silencio de agua casi derramada. Silencio en sus ojos, en su boca. Silencio en su dedo meñique presuntuso, en su ceja delgada y su cara afilada. Silencio en su rostro apacible, en su pelo largo. Silencio en el lóbulo de su oreja, en su piel escondida.

Silencio de mano blanca descansando en su regazo. Silencio en ella. Silencio en su ser.

Manto jadea, ella toma el té.

Manto se acerca, ella levanta más el meñique.

Manto y su respiración agitada. Ella y su casi respiración serena.

Manto y su boca entreabierta, sus dientes filosos. Ella y su espalda aún más erguida, sus ojos bien cerrados.

Manto en el silencio, ella en el silencio.

El silencio sin manzanas, sin uvas, sin agua cayendo, sin taza de té.

Manto ya no la mira, ella ya está cubierta.




martes, 20 de septiembre de 2011

Era una vieja que en sus tiempos debió ser guapa

Su piel era un terciopelo ajado bajo la noche. Debía tener mucho tiempo libre desde el día en que él se fue. Frente a la casa enmohecida el río se reía de sus años y ella le respondía con un vacío en la boca. Tomó la botella de ron entre sus manos y la meció como un niño, le cantó un blues quedito, al oído, antes de bebérsela completa. Tenía el aliento de los muertos en el cabello, cabello delgado y escaso, reflejo perfecto de la luna de octubre y de sus años. En sus ojos azules habitaban un par de nubes que hacía tiempo no llovían sus énas. Veían con claridad todo lo que fue en un tiempo, el reflejo de su rostro joven y enamorado en los ojos del que se fue demasiado pronto para poder ser olvidado. Y es que el amor es así. Siempre el principio supera al final. Amar es una cosa terrible e inevitable, es una elección al azar, un tiempo perverso y esperanzado, con aroma de jazmines y rosas en los labios. Se rompió el corazón con la elegancia de una porcelana inglesa en más de mil pedazos. Y bueno, eso es parte de ese juego en el que le das poder a alguien para romperte el corazón. Es olvidarte de toda lógica, es ponerte de a pechito y morder una almohada, es la única manera de poner la otra mejilla, es comer calabacitas o tomar una chai, o enfundarte en una minifalda ajustada y subirte a unos tacones para cumplir un capricho. Es estar disupueso a dejar de ser quien eres. ¿Dejar de ser quien soy? Así, abandonando todo. Olvidándome. Desapegándome. Dime, ¿tú puedes hacerlo? Mis respetos, hombre. Mirar que tirar por la borda cada manía, cada idea, cada trauma, cada tristeza, cada felicidad, es todo un logro. Déjame aplaudirte de pie. Pero no me mires así, no me estoy burlando, te estoy alabando. Alabo tu disposición, tu voluntad de abandonarte. No cualquiera, hombre, no cualquiera. ¿Sabes por qué? Porque abandonasrse a sí mismo es abandonar nuestras pasiones. Y el hombre está hecho de pasiones. Nacimos de una pasión y, podría jurártelo, moriremos por una pasión. Digo más, hemos muerto y renacido innumerables veces de pasiones. Latimos. Sentimos. Somos pasión y no podemos abandonarnos, no podemos dejar de sentir, no podemos dejar de latir. Hombre, eres casi un dios, un santo; pusiste toda tu pasión en abandonarte, y lo lograste.


lunes, 19 de septiembre de 2011

Un mendigo de pelo cano, bigote espeso y panza de bon vivant, vino a mi casa a pedir un taco.

No recuerdo de donde viene mi fobia por los vagabundos, será porque pienso que se necesita ser muy loco para mandar todo a la mierda y andar por ahí sin rumbo y tomarse demasiado en serio eso de vivir al día, o será que simplemente no los entiendo y siempre he tenido miedo de lo que no entiendo. Un día muy temprano, llegó a mi casa un mendigo canoso, bigote espeso y pansa de bon vivant, vino a mi casa a pedir un taco, era más bien cómico a la vista nada atemorizante.
-Buen día, buen hombre.
-Buenos días.- contesté con cierto aire de curiosidad.
-Perdone mi osadía, su merced, la verdad es que llevo días caminando y tengo mucha, mucha hambre, ¿no tendrá un taco que le sobre? –Decía mientras la doñita del puesto trataba de adivinar si quien hablo fue el o sus tripas. La cosa es que quien le habló t fue él o sus tripas. La cosa es que quien le hubiera hablado, realmente tenía hambre. Aún así lo miró con recelo y estiró la mano para entregarle el taco. Moría de hambre. Lo tomó a prisa y para sorpresa de la doñita, cmpezó a comer con calma, disfrutaba cada bocado en cada mordida recordaba las palabras de su madre: cien veces, debes masticar cien veces. Después de más de cien masticadas terminó el taco y tomó una servilleta. Uno es pobre no mugroso le dijo a la doñita al tiempo que le agradecía. Dio la vuelta y acariciándose la barriga echó a andar. –Barriga llena, corazón contento- decía, ese sabiondo que lo dijo estaba lleno de razón. Y de comida. Y claro de amor.
Este juego se ha jugado tantas veces como el amor en la historia de la humanidad y sin embargo, nunca así, como ahora, algo se les incendiaba dentro, esa noción antigua de ser agua y piedra, y antes mucho antes ser polvo de estrellas, un polvo que llora, que ríe y que sueña con ser algo más, sueña con ser alguien, alguien para alguien, qué más da si el amor se acaba, lo importante es que el amor se atreva a suceder entre nosotros, el final es lo de menos, todos los finales son iguales todos los finales nos guste o no terminaran con un punto y un silencio grande, como el dolor y la soledad. De eso que ya se sabe, nada importa, solo enredar las manos y luego el cuerpo en ese sentimiento exquisito de pertenecía. Sólo se ama mientras se ama. Sólo se es cuando el otro nos refleja en sus ojos.
Por eso le gustaba tanto ella, porque en ese espejo, podía ver ese hombre bueno que quiso ser y que había dejado morir hacía ya mucho tiempo.

Estaba harapiento, el sombrero peor que nunca, y los zapatos destrozados.


Había llovido toda la noche y todo el día y toda la noche y toda la luz de ese día que apenas empezaba. Se asomó por la ventana de la cocina, la pequeña vio como todo su casi jardín era ahora lodo. Maldita sea- musitó-  a eso vine aquí- enojado buscó sus zapatos que ya no eran zapatos sin plastas de lodo. Lodo aún húmedo de la noche anterior. Los aventó contra la pared casi al tiempo que los recogía del suelo. Siguió lentamente la trayectoria del zapato, vio como cada uno de los trozos de lodo que se desprendían y volaban junto con ellos hasta chocar con la pared y caer a un lado del sillón. Ahí detuvo la mirada. Se encontró con su sombrero, ese sombrero de copa que alguna vez había portado con finura y elegancia. Miró con enorme tristeza el sombrero y de a poco su mirada se ocupaba en el mismo. Se encontró descalzo con los pies friísimo. Miró su pantalón, su camisa, sus manos, sus líneas, sus huellas. Hacía tanto tiempo que no era él, hacia tanto tiempo que no sabía quién era él, hacía tanto tiempo que no se encontraba en él, pero tenía fe y los labios secos que importaba ya, la luna y los transeúntes que se asustaban frete a la posibilidad de seguir solos para siempre, lo único importante ahora eran sus nombres enredándose entre sus labios y sus sueños. Sólo una vez más. Frente a frente, dándole la espalda a un destino impuesto y falso.

–Por esta vez nos perderemos juntos.
-Por esta vez seremos libres.
-Nuestros corazones serán como ayer un par de pájaros enamorados.
El reloj avanzó discreto sobre su amor, madurando sus alas, elevando sus deseos
-Volver, siempre volver.

Eso es lo único importante lo demás está de más. Todo esto conversaron sus silencios, todo esto se dijeron con los ojos y la piel. Una taza de café era lo que estaba como una medida temporarl deteniendo un beso, que se suspendía entre ambos como una flor sobre un espejo de agu. Un beso y algo más. Saudade de los días y las noches sin su amor.
Por qué sin su amor, nada tenía sentido, el viento era viento la piedra era una puta piedra, el sol causaba comezón. Todo era una mierda. Sonrío por la empedrada calle junto al río hasta encontrar una cabina telefónica abrió la portezuela, se metió, levantó la bocina, y empezó a maldecir como nunca en su vida, gritaba maldiciones muchas, de pronto los gritos se hicieron inentendibles, lloró y se desvaneció en aquella cabina.

domingo, 18 de septiembre de 2011

EJERCICIO 3: Un cadáver exquisito.

Ejercicio 3: Cadáver Exquisito

Cadáver exquisito es una técnica por medio de la cual se ensamblan colectivamente un conjunto de palabras o imágenes; el resultado es conocido como un cadáver exquisito o cadavre exquis en francés. Es una técnica usada por los surrealistas en 1925, y se basa en un viejo juego de mesa llamado "consecuencias" en el cual los jugadores escribían por turno en una hoja de papel, la doblaban para cubrir parte de la escritura, y después la pasaban al siguiente jugador para otra colaboración.
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Instrucciones:

• Cada participante tendrá 15 minutos para desarrollar una historia a partir de una sentencia dada previamente (tomadas al azar del texto que se cita al final en este documento).

• Concluidos los 15 minutos, cada participante deberá detenerse y pasar lo que hasta ese momento haya sido redactado al participante que se encuentre a su derecha.

• Una vez recibida la primera parte de la redacción, se deberá leer el último renglón de la misma y continuar desarrollando la historia a partir de ahí, para esto se contarán con otros 15 minutos.

• La dinámica se desarrollará de manera sucesiva hasta que todos los participantes hayan colaborado en las tres historias.

• Al final se leerán las historias desarrolladas y se discutirá sobre las mismas (para facilitar la lectura, dividimos los textos por colores de acuerdo al contribuyente, La Chargoy: naranja, Yhindra: Purpura, Rich Montero: Marrón. 


LAS PINZAS
Un mendigo de pelo cano, bigote espeso y panza de bon vivant vino a mi casa a pedir un taco. Como el día anterior habíamos tenido fiesta y habían sobrado veinte medias noches bastante feas, fui a la cocina, las puse en una bolsa de papel y se las di. El mendigo gordo se quitó el sombrero destartalado, hizo una ligera reverencia, dio las gracias y se fue.
Poco después, subí al segundo piso y por la ventana lo vi; estaba sentado en un montículo de cascajo sacando de la bolsa las medias noches y acomodándolas en hileras sobre el periódico, que le servía de mantel. Frente a él, en cuclillas, estaba un trapero, contemplando la comida con una mano en la quijada. Cuando el gordo le hizo una seña de invitación, el trapero cogió una medianoche y empezó a comérsela; el gordo cogió otra e hizo lo mismo. En ese momento apareció un tercer personaje: una mujer que andaba entre el matorral recogiendo varas secas para hacer leña. Era una vieja que en sus tiempos debió ser guapa. El gordo tomó una medianoche y se la ofreció; ella dejó la leña en el suelo y se sentó a comer junto a ellos.
Cuando llegaron los primeros fríos del invierno, vino el gordo a mi casa y me dijo:
—¿No tendría una cobijita vieja que me regalara? Porque nomás tengo esto para ponerme encima —me señaló el suéter roto que traía puesto.
Yo no tenía cobija, pero le di una camisa desteñida, un saco lustroso, unos pantalones luidos y unos zapatos que eran tan duros que nunca me los pude poner.
El gordo se quitó el sombrero destartalado, hizo una ligera reverencia, me dio las gracias y se fue. Desde ese día, siempre que venía a mi casa se ponía los zapatos que le di. Si esto fue un tormento para él, se vengó con creces, porque tomó la costumbre de venir una vez a la semana, a las siete de la mañana. Yo le daba dos, tres, hasta cinco pesos, según el humor de que estuviera y el estado de mis finanzas. A veces, le decía:
—Ahora sí me agarró muy pobre.
—¡Cuánto lo siento, patrón! Pero no desespere, que Dios no falta.
Y se iba después de consolarme.
Un día lo vi, por la ventana, bajarse los pantalones que habían sido míos, y hacer el amor entre el matorral con la vieja de la leña. Otro día lo vi pasear afuera de una obra que estaba frente a mi casa y, en un momento en que los albañiles se descuidaron, robarse unas pinzas que estaban en el suelo. Se las echó en la bolsa, cruzó la calle y llamó a la puerta de mi casa. Cuando le abrí, sacó las pinzas de la bolsa y me las ofreció.
—Patrón, permítame que le haga un regalito.
El truco me conmovió tanto, que le di cinco pesos y guardé las pinzas, que todavía conservo. Son muy útiles.
Otro día, se empeñó en regalarme un anillo espantoso y tuve que darle diez pesos para que se lo llevara sin irse ofendido; otro, me trajo una moneda de veinticinco centavos de dólar.
—¿Cuánto valdrá esta moneda? —me preguntó.
—Tres pesos.
—Se la regalo.
Tuve que regalarle cinco pesos.
Otro día trajo unos camotes en una bolsa.
—Son de lirio, patrón. Del fino.
Le di diez pesos y planté los camotes, que nunca brotaron.
Un día me dijo, con mucho misterio.
—Usted no está para saberlo, patrón, pero tengo una grave urgencia. ¿Puede prestarme veinte pesos?
Se los presté. El día en que había prometido devolverlos, se presentó con doce pesos nada más.
—Patrón, no pude acabalarle los veinte pesos, pero aquí le traigo doce, para que vea que la voluntad no me falta.
No se los acepté y le perdoné la deuda.
A la siguiente vez que vino, me dijo:
—Patrón, usted no está para saberlo, pero tengo a la mujer muy enferma. ¿Puede usted prestarme cincuenta pesos?
—Bueno, pero me los pagas.
No volvió por un tiempo. Por fin se presentó.
—Patrón, no he tenido dinero para devolverle sus centavos. ¿Puede prestarme otros cincuenta pesos?
—No.
Me había cansado de darle dinero y de que me hiciera levantarme a las siete de la mañana. Cuando le dije que no, él me miró estupefacto.
—Pero si usted no me ayuda, ¿quién va a ayudarme?
—No sé —le dije y cerré la puerta.
Regresó a los pocos días.
—Ahora no hay nada —le dije.
Esa vez, lloró.
Hizo otros dos intentos y después, desapareció. Cuando desapareció, me arrepentí de haberlo tratado mal.
Años después, cuando estaba yo viviendo en otra parte del país y venía a México solamente los fines de semana, me dijeron en mi casa:
—Vino el gordo, muy derrotado, y dijo que si no podrías regalarle algo de ropa.
Le preparé un ajuar. Un saco, tres camisas, dos pantalones y un par de zapatos. Pero el tiempo pasó, el gordo no
regresó, mi madre se impacientó y le regaló la ropa al jardinero.

Una mañana, cuando regresé a México, estaba profundamente dormido cuando alguien tocó el timbre; eran las siete de la mañana. Era el gordo que venía por su ajuar.
—¿Por qué no vino antes? Ya le dieron el tambache a otro.
—He estado muy enfermo —me dijo.
Estaba harapiento, el sombrero, peor que nunca, y los zapatos destrozados. Le di veinte pesos.
—Necesito ropa, patrón —me dijo mientras se los guardaba.
Le dije que regresara en una semana, a ver si mientras le conseguía algo. Se despidió como siempre, quitándose el sombrero e inclinándose ligeramente. Se fue caminando muy despacito y nunca volvió.

La ley de Herodes/Jorge Ibargüengoitia. México: Joaquín Mortiz, 1994.- 144 p. (Obras de Jorge Ibargüengoitia). Cuentos mexicanos. 1 t.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Carta a la tía Jacinta.

Querida tía Jacinta,

Espero te encuentres muy bien de salud, pues supe tuviste problemas con tu garganta , abrígate muy bien, ya ves como son de crudos los inviernos en el pueblo, además, se acerca la temporada de lluvias y escuché en la tele que este invierno lloverá como nunca, dile a mi tío que vaya metiendo la cebada, no lo vaya a agarrar la primera lluvia y entonces sí, quien sabe cómo harán para comer.

Yo voy a ir en unos cuantos días, ya extraño ese rico pan de cebada que tan rico te queda y café con leche recién ordeñada de la vaca, nomás de acordarme ya se me hizo agua la boca.

Nos vemos en unos días más tía, salúdame a mi tío, a mi primo a todos por allá.

Los quiero.

Rich.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Carta a Papá

Septiembre, 9.

Mi muy estimado Aurelio:

Recibe aquí, por estas humildes líneas, mi más afectuoso saludo. Te escribo a prisa porque el escritorio público en el que estoy ya casi lo cierran, y la muchachita esta que me atiende es algo lenta. Aunque quién sabe si vayas a saberlo, porque yo no sé leer y ella está haciendo unas muecotas cada que le digo lo que quiero que leas. Ya ves, te hubiera hecho caso cuando dijiste que me enseñabas a leer. En fin.

Pues te anuncio que acá en La Serrana todo sigue igual. La botica, el correo, el kiosco. Hasta Doña Milagros sigue igual, nomás no se muere la condenada vieja. Ya tiene varios días que no llueve, ya nos está preocupando la cosecha. El cielo se nos pone gris pero hasta ahí. Llega el mediodía y el sol nos quema la choya, junto con todo el maiz. Ei, estamos harto preocupados. Luego más ahora que dizque quieren poner un hotel y sabe qué cosas más acá, dizque porque la laguna está rebonita y mucha gente quiere venir a conocerla. ¿Rebonita? Bah, re-seca, no te digo que nomás no nos cae una gotita de agua. Ay, Tláloc, ya mándanos un chubasco. Mira, la muchachita hasta se rió de la cara que hice, pero, te digo, quién sabe si eso lo vaya a escribir.

Me despido, hermano, esperando que todos estén bien. Saludos a la bonita de Tacha, al diablillo de tu hijo y a tu mujer que ya sé que no me quiere. Espero que Jacinta esté mejor de la enfermedad esa que tenía. Ojalá a ti sí te llueva aunque sea un poquito.

Te aprecia,

Tu hermano Ildefonso.

P.D. Dice la muchachita que sí le vas a entender a la carta porque ella estudió para eso.


Carta a la Tambora

Tambora:

Espero te encuentre en buena salud esta carta que te escribo con toda la honestidad de la que soy capaz. Sé que durante muchos años no nos hemos visto pero hace poco, de entre las cosas que arrastro el río, me encontré con esa foto tuya de aquellos años tiernos, en los que nuestros padres, siendo grandes amigos, nos llevaron a conocer la iglesia de los antiguos franciscanos, durante las fiestas de Santa Clara. Te vi ahí con tu vestido nuevo y tuve como ayer ese aroma de jazmines en la boca y en el pecho.
Hace poco me he enterado que estás viviendo una vida solitaria en compañía de tus gallinas. Yo también me encuentro solo, y no he podido olvidar tus ojos claros y tus rizos rojos.
Sé que el tiempo ha pasado y muy posiblemente nos ha dejado deseando más juventud y más amor del bueno.
Es por esto que por medio de estas letras le propongo nos encontremos a la media noche en el lugar de siempre, donde el amor nos encontró más de una vez.

Siempre suyo.

Apolinar

EJERCICIO 2

EJERCICIO 2. La carta como género literario.
La epistolografía es una actividad literaria que consiste en escribir cartas. Generalmente, se consideran de interés general, y por tanto publicables, las cartas que el propio autor juzga apropiado publicar o que, sin cumplir esa condición, sirven sin embargo para conocer mejor la biografía y la obra de algún artista o algún acontecimiento o período histórico.
  • ·         Se lee un cuento de Juan Rulfo.
  • ·         Se elige al azar algún personaje del cuento y se le escribe una carta en un tiempo de 20 minutos.
  • ·         Una vez concluidas las cartas se procede a la lectura de éstas.
  • ·         Se discute la carta al término de cada lectura.
  • ·         Se lee una carta del libro de Juan Rulfo “Aire de las Colinas.”
  • ·         Se procederá a dar una retroalimentación al ejercicio así como a la redacción de la minuta acordando fecha y hora de la próxima reunión.

Es que somos muy pobres (fragmento)
Aquí todo va de mal en peor. La semana pasada se murió mi tía Jacinta, y el sábado, cuando ya la habíamos enterrado y comenzaba a bajársenos la tristeza, comenzó a llover como nunca. A mi papá eso le dio coraje, porque toda la cosecha de cebada estaba asoleándose en el solar. Y el aguacero llegó de repente, en grandes olas de agua, sin darnos tiempo ni siquiera a esconder aunque fuera un manojo; lo único que pudimos hacer, todos los de mi casa, fue estarnos arrimados debajo del tejabán, viendo cómo el agua fría que caía del cielo quemaba aquella cebada amarilla tan recién cortada.
Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cumplir doce años, supimos que la vaca que mi papá le regaló para el día de su santo se la había llevado el río.
El río comenzó a crecer hace tres noches, a eso de la madrugada. Yo estaba muy dormido y, sin embargo, el estruendo que traía el río al arrastrarse me hizo despertar en seguida y pegar el brinco de la cama con mi cobija en la mano, como si hubiera creído que se estaba derrumbando el techo de mi casa. Pero después me volví a dormir, porque reconocí el sonido del río y porque ese sonido se fue haciendo igual hasta traerme otra vez el sueño.
Cuando me levanté, la mañana estaba llena de nublazones y parecía que había seguido lloviendo sin parar. Se notaba en que el ruido del río era más fuerte y se oía más cerca. Se olía, como se huele una quemazón, el olor a podrido del agua revuelta.
A la hora en que me fui a asomar, el río ya había perdido sus orillas. Iba subiendo poco a poco por la calle real, y estaba metiéndose a toda prisa en la casa de esa mujer que le dicen La Tambora. El chapaleo del agua se oía al entrar por el corral y al salir en grandes chorros por la puerta. La Tambora iba y venía caminando por lo que era ya un pedazo de río, echando a la calle sus gallinas para que se fueran a esconder a algún lugar donde no les llegara la corriente.
Juan Rulfo

sábado, 3 de septiembre de 2011

Qué pequeño el mundo es

Es que salir a la calle y creer que se acaba de salir del ropero era una verdadera locura. Que digo locura, estupidez. Pero no. Salir del ropero, para ella, significaba caminar cada día con los ojos bien abiertos. Como descubriendo. Y la bribona tenía suerte.

Como aquel día que se encontró una billetera llenita de dinero. Claro, tardo más en contarlo que en gastarlo. Corrió a contarle a su amigo Campos, este tipo de quién sólo conocía el apellido y uno que otro cuento. Se gastaron todito.

Deberías comprarte una cama —le dijo él, eso de andar por el mundo durmiendo en el piso o en sofás ajenos no es como que vida.

Tú que sabes —le contestó mientras se compraba un aparatillo de esos a los que les cabe un chingo de música.

Esa es otra cajita nomás pa’ apendejar gente —balbuceó él.

—Si vas a criticar todo lo que compro, mejor vete y regrésame el bonche de libros que te compré.

Campos se quedó calladito y abrazó sus libros con recelo, no fuera ser que a la loca de los ojos abiertos se le ocurriera llevárselos. Subieron por una calle oscura, nunca hablaban de ellos, mas siempre comprendían cada silencio y cada mirada.

—¿Sabes qué es lo jodido? —le dijo ella. El pinche vacío. Ya compré un titipuchal de cosas y ahora es cuando más cerrados siento los ojos. Como si el mundo se me hubiera hecho chiquito. Tanto, que cabría en la caja de fotografías que tengo en el ropero. Ésas, las que tomo todos los días; por eso digo eso de salir a la calle con los ojos bien abiertos. Tú no sabes, Campos, pero la calle, el mundo, está llenito de fotografías; y yo, lo tengo guardado en una cajita.

Vino nuevo

Los campos nunca se habían vestido tanto de flores, pensó, mientras se recogía despacio los cabellos en una trenza. Un mundo de pájaros se esparcían como estrellas en el cielo azul, y ella seguía esperando algo incierto. Sonreía pero no para sí, le sonreía a un futuro que se abría de repente ante sus ojos ciegos. Parecía descubrir el universo desde una caja a obscuras, nombrando cada objeto con las manos, por eso estaba segura que su futuro llegaría. Sólo ella conocía el nombre verdadero de ese hombre y lo llamaba con el cuerpo.
Una melodía le enredaba el cabello, llevándola a lugares distantes en otro tiempo. La cama revuelta, con aroma a vino nuevo sobre las sábanas, y ese calor suave cubriéndola entera de rocío. Ese hombre duro se volvió nube entre sus brazos y llovía. Ella tan tierra mojada, tan flor silvestre en sus manos, resonaba de amor como una gruta profunda.
Había tanto por decir con la respiración entrecortada, los ojos abiertos. Entonces alguien tocó a la puerta y supo que el tiempo había terminado. Sin decir palabra aquel hombre salió de su cuerpo, sacó de la billetera un poco de dinero y lo soltó en el buró. Le tomó un instante percatarse de esa muda despedida, mientras cerraba las piernas con el corazón abierto.

EJERCICIO 1

INSTRUCCIONES:
·         Se eligieron 25 palabras del cuento corto de Julio Cortazar  “La foto salió Movida”.
·         Posteriormente se revolvieron en un vaso, se eligieron 2 por participante.
·         Se procedió a la redacción de un texto libre de una cuartilla como máximo durante un lapso de 20 minutos.
·         Una vez concluidos los 20 minutos se procederá a leer el texto de cada uno con oportunidad de ofrecer dos minutos de retroalimentación por escritor. (tiempo estimado 40 min)
·         Leer una pequeña biografía del escritor,
·         Dar lectura al texto original.
·         Discutir el texto.
·         Se procederá a dar una retroalimentación al ejercicio así como a la redacción de la minuta acordando fecha y hora de la próxima reunión.

JULIO CORTAZAR
Julio Florencio Cortázar (Ixelles, Bélgica, 26 de agosto de 1914  París, Francia, 12 de febrero de 1984) fue un escritor, traductor e intelectual argentino nacionalizado francés.
Se le considera uno de los autores más innovadores y originales de su tiempo, maestro del relato corto, la prosa poética y la narración breve en general, comparable a Jorge Luis Borges, Antón Chéjov o Edgar Allan Poe, y creador de importantes novelas que inauguraron una nueva forma de hacer literatura en Latinoamérica, rompiendo los moldes clásicos mediante narraciones que escapan de la linealidad temporal y donde los personajes adquieren una autonomía y una profundidad psicológica, pocas veces vista hasta entonces. Debido a que los contenidos de su obra transitan en la frontera entre lo real y lo fantástico, suele ser puesto en relación con el Surrealismo.
Vivió buena parte de su vida en París, ciudad en la que se estableció en 1951, en la que ambientó algunas de sus obras, y donde finalmente murió. En 1981 se le otorgó la ciudadanía francesa. Cortázar también vivió en Argentina, España y Suiza.


LA FOTO SALIÓ MOVIDA
Julio Cortazar

Un cronopio va a abrir la puerta de calle, y al meter la mano en el bolsillo para sacar la llave lo que saca es una caja de fósforos, entonces este cronopio se aflige mucho y empieza a pensar que si en vez de la llave encuentra los fósforos, sería horrible que el mundo se hubiera desplazado de golpe, y a lo mejor si los fósforos están donde la llave, puede suceder que encuentre la billetera llena de fósforos, y la azucarera llena de dinero, y el piano lleno de azúcar, y la guía del teléfono llena de música, y el ropero lleno de abonados, y la cama llena de trajes, y los floreros llenos de sábanas, y los tranvías llenos de rosas, y los campos llenos de tranvías. Así es que este cronopio se aflige horriblemente y corre a mirarse al espejo, pero como el espejo esta algo ladeado lo que ve es el paragüero del zaguán, y sus presunciones se confirman y estalla en sollozos, cae de rodillas y junta sus manecitas no sabe para qué. Los famas vecinos acuden a consolarlo, y también las esperanzas, pero pasan horas antes de que el cronopio salga de su desesperación y acepte una taza de té, que mira y examina mucho antes de beber, no vaya a pasar que en vez de una taza de té sea un hormiguero o un libro de Samuel Smiles.